La senectud
No me sorprende estar buscando las llaves cuando las tengo en la mano, tampoco me aterroriza el no saber a qué fui a la tienda de la esquina; me toca regresar de nuevo y en un acto de constricción regresar a la casa y allí en medio de las brumas del olvido recordar de nuevo el objeto de necesidad.
Muchas veces he hecho movimientos cerebrales que no coinciden con la respuesta aletargada de mi desgastado cuerpo; el resultado son movimientos toscos que logro realizar para no perder el equilibrio.
Ha empezado el agreste e intransitable camino a la senectud.
No busco caminos extensos por recorrer; prefiero tomar atajos y buscar senderos sombreados para descansar a la vera cuando llegue el cansancio.
Mis amigos cada vez son menos, prefiero a los más parcos y reflexivos; escapo de los bulliciosos e intrascendentes.
Me refugio en la soledad de mis reflexiones. La vida del ermitaño me espera.
No emprendo proyectos a largo plazo sino que realizo acciones cotidianas porque no se, si mi gastado cuerpo alcance para tanto.
A mi edad no miro hacia atrás, ni mucho menos hacia adelante; vivo el hoy con actitud serena.
En mi remota niñez, tenía que conformarme con la monótona y repetitiva dieta de los pobres; hoy que puedo traer manjares a mi mesa, tengo que regresar a la misma dieta infantil, porque las jugosas carnes me disparan el ácido úrico, los quesos causan cálculos dolorosos en mis riñones, los crocantes chicharrones aumentan los niveles de colesterol; los exquisitos pudines y las dulces pastelerías francesas disparan la glucosa y puedo morir de un coma diabético.
Llego a la vejez sin bienes que hipotecar, ni fortunas que amasar; solo me acompaña el conocimiento que guardo con celo en mi memoria; con terror me doy cuenta que empiezo a olvidar las citas de Voltaire, los postulados de Platón y hasta los crímenes de Pinochet; el olvido merodea mi cabeza y muy pronto el Alzheimer borrará para siempre el conocimiento que tanto trabajo me costó conseguir.
Yo no soy un hombrea; soy un campo de batalla. Eso me decía Friedrich Nietzsche en mis años nuevos; hoy le respondo a mi mentor, que las más grandiosas batallas son aquellas que no peleo.
Nací con los bolsillos llenos del tiempo y lo malgaste en acciones fatuas e intranscendentes; el que me queda también será malgastado porque los ímpetus juveniles ya se fueron y lo que queda de mí es un amasijo de tendones descompuestos y articulaciones rígidas y sin voluntad.
Desconozco al hombre decrépito que se muestra cada vez que me miro en el espejo; trato de llevarme bien con él; reconozco que el tiene el control.
Excelente hermano
ResponderBorrarExcelente hermano
ResponderBorrarAcá te escribe un viejo amigo para agradecerte por tantos años de conversaciones llenas de enseñanza, te conocí muy joven y ahora que me acerco a la llamada "crisis de la mediana edad" me llega al alma aquella sensación que llevo conmigo acerca del inminente paso del tiempo y que te confesé en nuestra última tertulia antes de mi partida a la capital. Amigo de mangares exagerados y a la vez exquisito espero tener pronto el gusto de visitarte nuevamente.
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