La muerte de Luis Alfonso León Pereira.
Tres días antes de su asesinato, la muerte se le había anunciado en plena eucaristía ataviada con andrajos y descalza; gritando para que todos los feligreses escucharan su proclama maniquea; ‘Yo soy Dios y tú eres el demonio”.
Eran las palabras de Deiby José Banqueth Julio, un malviviente que había llegado hacia cuarenta días a Montería siguiendo los entroncados caminos del destino que ya habían determinado que el amado sacerdote debía morir por sus manos en los pasillos de la casa cural de la parroquia de Santa maría madre.
Había entrado a la iglesia en plena eucaristía, poseído por los vapores alucinantes de las drogas más baratas que solo consumían quienes se encontraban en la última etapa de autodestrucción; con aptitud de profeta señaló al sacerdote, quién impávido escuchaba las sentencias del intruso quien desde el pasillo central lo miraba con aires de inquisidor y se proclamaba a sí mismo como el dios supremo. Muy pronto una patrulla de policías lo retiró sin violencia; aquel advenedizo continuaba repitiendo su sentencia en medio de la feligresía conservando el aura solemne de predicador que acentuaban los impulsos eufóricos de las sustancias que habían consumido por completo el buen juicio de los cuerdos, dejándolo en un estado de delirio. Fue conducido a la estación de policía más cercana en dónde dictaminaron que quedaba en libertad porque no existía en el código de policía ningún delito para aquellos que declaraban en público su naturaleza divina.
Al tercer día regresó, no con los aires de predicador del primer día, sino con los movimientos sigilosos que tienen los ladrones de patios, armado con el filo de una botella ingresó sin ser visto por los jardines aledaños a la casa cural; como un gato saltó los muros, cruzó los pasillos que conducen a los aposentos y en ese instante fue sorprendido por el padre, quién a esa hora se preparaba para la misa matinal de las cinco de la tarde; con técnicas de esgrimista se le vino encima, fueron muchos los cortes en los brazos del sacerdote quién por instinto trataba de evadir al atacante alucinado hasta que un golpe certero de matarife dejó mal herido al clérigo, quién se dejó vencer en medio del lodazal de su propia sangre.
Fue necesario un contingente de policías para salvar la vida del asesino y contener a la gente que arrastró de los cabellos al criminal; la turba haciendo uso de artes medievales ataron al condenado a un poste de alumbrado con la única intención de lapidarlo en público. Las amas de casa se le vinieron encima con las mismas sandalias que usaban para corregir a sus nietos, le daban azotes en las manos y chancletazos certeros en la cara; los vendedores de guarapo lo lincharon con los mismos cucharones en que servían sus refrescos; las dueñas de las fondas de comida corrieron envalentonadas y con los mismos platos de servir la sopa los despedazaban en la cabeza reclamándole al maldito que le había quitado la vida al padre bueno que había educado a sus hijos y curado sus enfermedades de vieja achacosa; los vendedores de raspao llegaban con pedazos de hielo que usaban como piedras para ajusticiar al maldito que soportaba el ataque que venía de todos lados; los taxistas y camioneros se bajaban de sus vehículos y lo golpeaban con sus crucetas de desvare y los otros le propinaban golpes certeros con lo primero sólido que encontraban a su paso.
Luis Alfonso León Pereira, había llegado a Montería al finalizar los años sesenta, llegó para no regresar jamás a los paramos grisáceos de su charala natal; se sentía atraído por actividades terrenales que nada tenían que ver con su talante clerical; sorprendió a sus discípulos la mañana en que se apareció volando en una avioneta de aprendizaje y se atrevió a realizar maniobras de exhibición volando muy bajo sobre la cancha de fútbol para que sus alumnos lo vieran en el asiento del piloto saludándolos con aire festivo ese día que se graduó de piloto; o el día que casi vence en la línea de meta a Ignacio Avilés, el ciclista más condecorado en Montería; se vistió de luces haciendo chicuelinas y suertes de torero cuando salió en hombros en las novilladas de la fiesta del algodón en Cerete; fue sanador de desahuciados con las técnicas homeopáticas que él mismo aprendió como autodidacta en los libros escritos por Samuel Hahnemann; extrajo de los libros de Nicolás Flamel las técnicas alquímicas para curar los males generalizados que llegan con la vejez. En el segundo piso del seminario , junto a su aposento, tenía un laboratorio en dónde preparaba sus medicinas; ahí en ese lugar recibía a los enfermos que llegaban de todas partes en busca de sanación física y espiritual de manos de aquel alquimista que muchas veces sorprendido por sus logros curativos empezaba a sospechar que sus buenas intenciones habían desbordado las artes homeopáticas y que su personalidad había empezado a tomar una connotación santificada porque era sanador de enfermedades que no estaban en el ámbito de la homeopatía, sino que estaban reservadas para los enfermos sin esperanzas que estaban más bien a la espera de los santos óleos; agregó a su terapia la imposición de manos; el mismo tenia la certeza que había adquirido sin proponerse el magnetismo curador de Anton Mesmer.
Sucumbió como muchos otros en los malos caminos de la política; en una ciudad de costumbres feudales, en dónde los bisnietos heredan los puestos públicos de sus tatarabuelos; en dónde los rufianes se hacen elegir para instalar un buró de destacados saqueadores que fabrican entramados jurídicos para extraer sin ser detectados todos los dineros públicos que perpetuaran por siempre a las arraigadas estirpes que gobiernan por siglos a la ciudad con las mismas técnicas de capataz conque conducen a sus haciendas; ahí en medio de la más grande de las corrupción electorera, en dónde los muertos salen a votar; en dónde todos los aspirantes cuentan con un título mobiliario, ahí ganó Luis Alfonso León Pereira; la gente se encaramo en los buses pagados por sus contendores; se comieron los pasteles y consumieron el ron barato que les brindaban en los directorios de la politiquería y en el camino se voltearon solo para elegir al cura que había dejado la estola para sentarse en la más grande de las podredumbres que más tarde acabarían su aura santificada y su prestigio de hombre bueno; las instituciones de control creadas para salvaguardar los dineros públicos se dedicaron a desprestigiarlo con investigaciones interminables y conspiraciones palaciegas que terminaron por no dejarlo gobernar.
Así fue la vida y la muerte de un hombre bueno, hoy recuerdo las homilías improvisadas de los viernes en dónde disfrutamos del mentor, del formador que sacó adelante a la clase dirigente que hoy se encuentra al frente de los destinos del Departamento, hoy no existe en la ciudad ningún monumento que nos recuerde su memoria, Montería empieza a olvidarse de su más grande maestro.
Excelente hermanito felicitaciones
ResponderBorrarEs cierto. Si se le hace monumento a vacas y burras porque razón después de tantos años no hay en Monteria una estatua del reverendo padre que nos ayude a perpetuar su nombre
ResponderBorrarMe gustó leer mucho este relato, aún recuerdo cuando esto sucedió hace unos 8 años, los videos que circulaban en redes sociales eran horribles.
ResponderBorrarAún recuerdo como si ese tiempo fuera hoy, sus palabras atrapadoras en un discurso repleto de emociones y verbos en una izada a la bandera, todos nosotros enfilados y clasificados por el grado en el que estábamos en un orden con visos militares, su puño le adicionaba letras mayúsculas a su dicho, nadie susurraba un suspiro para interrumpir el airoso planteamiento sobre la libertad, "vengo de una tierra de guerreros y próceres, desciendo de las ideas liberarías del Santander, soy de Charalá y como buen Santandereano corren por mis tuétanos la sangre que me mueve a creer que la libertad es el bien más preciado que tiene el hombre y daría hasta mi vida si alguien trata de coartar este patrimonio precioso que todo ser humano debe tener”…algunos vapores y gotas de salivas expulsados por el ímpetu y la fuerza se dejaron ver en el aire, el sudor de su frente fue mermado por su pañuelo blanco y el silencio de todos nosotros lo alumnos del Seminario le dio un aire apoteósico en el he dicho, todos quedamos atrapados en la perplejidad y aplaudimos, luego empujado por la curiosidad de la narrativa le pregunté con algo de inocencia a mi profe de Español y literatura (Braca) ¿Profe el Padre León se aprendió ese discurso de memoria? A lo que mi mentor y gran maestro respondió estirando su índice derecho como disparando al cielo "Eso se adquiere leyendo maestro”
ResponderBorrarGracias Valerio por enriquecernos con estos nutrientes escritos✍️