El gran misterio de las caras de Belmez

 


Es sin duda el caso más claro de actividad paranormal en toda la historia de los hombres; sucedió en  Belmez, la pequeña localidad andaluza en los tiempos aciagos del ultra católico y genocida  Francisco Franco. Ocurrió en la humilde casa de inquilinato de María Gómez Cámara;  las primeras caras aparecieron en el piso junto a la cocina;  fue el rostro de una mujer con una expresión en sus ojos de angustia contenida, muy pronto la aparición causó el alboroto de los vecinos quienes asombrados trataron de borrar con trapos y esponjas a la enigmática figura que se resistió a desaparecer y en respuesta a los intentos se hizo más nítida y deslumbrante. La casa fue invadida por curiosos envalentonados que acudieron con picos y palas quienes usando  técnicas de albañil fontanero  trataron  de  borrar para siempre a la figura advenediza que los miraba desafiante desde su mundo pétreo y desconocido; despedazaron el piso en pequeños trozos y en su lugar apareció la misma figura de mujer, pero está vez más definida y grandiosa, con rasgos más delineados y precisos. 

 Muy pronto la vivienda de María se convirtió en el destino de curiosos y estudiosos que llegaban por miles a observar a las caras que aparecían de la noche a la mañana,  convirtiendo los pisos de la casa en un lienzo pétreo en dónde un artista sin pincel exponía lo mejor de su creatividad ignota, eran rostros de niños con apariencia huérfana, caras de mujeres desconsoladas que se hacían visibles mirando fijamente al espectador como si posaran para un artista de otro mundo para que los vivos supieran que ahí estaban ellas en los pisos reveladores de María Gómez.

Fueron muchos los estudiosos de lo paranormal que llegaron con sus equipos electrónicos para atrapar psicofonías y tratar de invocar a los dueños de esas caras para entablar diálogos con esos habitantes de otros mundos. También llegaron los agnósticos   para terminar de convencerse de que el más allá existe; llegaron  los ateos que terminaron  diciendo que las caras no eran más que la extraña propiedad del animal social humano,  que encuentra caras humanas en dónde no las hay;  que el miedo a quedarse solo lo impulsa a ver  rostros   en las nubes, en los troncos podridos, el la superficie rojiza de Marte y hasta  en las penumbras,  cuando la juguetona brisa nocturna nueve las ramas y nos hacen ver figuras humanas en desbandada; el lenguaje de los hombres ha llamado  paraidolia al impulso terrenal de encontrar compañía y ver caras en dónde no las hay.

También llegaron los huérfanos y las viudas para tratar de distinguir en esas figuras los rostros insepultos de sus muertos en la sanguinaria guerra civil Española; no tardaron en  llegar los miembros de las falanges franquistas quienes dictaminaron en pocos minutos que esas caras no eran más que acumulaciones aleatorias de melanocratos conducidos por el azar que engañaban a los crédulos y los hacían ver rostros en dónde solo habían manchas de vinagre y acumulaciones de aceite; los esfuerzos de la dictadura se concentraron en desprestigiar el fenómeno que dejaba sin fieles a las iglesias, sin pelegrinos a los lugares santos y ponían en entredicho  los dogmas católicos que afirmaban que cualquier manifestación divina debía darse dentro del sagrado recinto de las iglesias y no en el piso de la cocina de una mujer sin abolengos; la dictadura clausuró la casa de las caras con un decreto marcial que prohibía la entrada al lugar para  terminar de una vez por todas con la algarabía popular de los rostros cambiantes que habían causado que toda Europa se conmocionara con las enigmáticos rostros que miraban impávidos a los curiosos. 

Pero fueron más poderosas las caras cambiantes;  en un acto de rebeldía se hicieron presentes,  no solo en los pisos antes modificados, sino que empezaron a aparecer más nítidas y definidas en los muros de la cocina, en las puertas de los baños, al lado de alacena, convirtiendo a la casa en una galería de rostros tristes finamente dibujados por un artista invisible que dibujaba a la vista de todos los caras de mujeres tristes, de niños angustiados y hombres derrotados que pedían ser observados.

La maniatada y censurada prensa Española que padecía la mano de hierro de la dictadura rompió el velo tiránico del decreto marcial y volvió a publicar fotografías de los nuevos rostros que esta vez sumaban más de doscientos y que ahora aparecían con la novedosa propiedad de reemplazar a las ya existentes con extrañas técnicas pictóricas de tomar los trazos de las antiguas y formar ante la vista de todos nuevas caras que tomaban forma humana como si tuvieran vida propia sin dejar de mirar fijamente al espectador en un intento por reclamar el derecho a su presencia en los pisos y paredes de la casa de María Gómez.

El lenguaje llama a este fenómeno teleplastias, es la facultad que tiene el mundo espiritual de materializarse, muy similar a los efectos del ectoplasma, que es capaz de hacer visible los rostros de los muertos, las manos o pies de los fantasmas.  España asombrada terminó  por aceptar sin reticencias aquel desfile interminable de caras que ahora tenían el atrevimiento de hacerse visibles con los atuendos del último día, cuando las muerte se les apareció sin avisar en aquella España martirizada por los horrores de la guerra civil.

Según la opinión de paragnostas y sensitivos concluyeron que las caras de Belmez eran los rostros adoloridos de los familiares de María Gómez, comparaciones posteriores probaron que las caras de los pisos y paredes coincidían con las fotografías del álbum familiar, todos habían sido destrozados por los cañones de la infantería o muertos por la fusilería de la más horrible de las guerreras que España haya padecido; era el inconsciente de María que usando la facultad de la teleplastia lograba dibujar sin esfuerzos los rostros de los suyos, en un intento de proseguir su vida con ellos, el impulso humano de tener cerca a los más queridos así sea dibujados  en el piso de la cocina, en los muros de la sala o en paredes de los baños; cuando mueren a quienes queremos el deseo de continuar nuestras vidas con ellos nos hacen verlos más vivos que nunca en nuestros sueños, escuchamos sus voces amorosas en nuestros delirios y los tenemos presentes en los monólogos de nuestras oraciones, sus rostros sonrientes aparecen sin pedir permiso en los zarpazos que da la memoria en los instantes más inesperados en un intento para continuar con nosotros en esta vida y esperarnos en la otra.

María Gómez se murió de vieja en una muerte apacible y silenciosa, aún en la casa que habito en medio de la algarabía de los curiosos;  de la duda de los agnósticos; de las burlas de los ateos; de la persecución de la iglesia y el asombro del mundo entero;  aún después de su partida continúan apareciendo las caras de sus más queridos; todos esperamos la aparición del autorretrato pintando por ella misma en el reposo eterno de su morada, con los trazos perfectos de la artista inmortal que usa la técnica pictórica de la teleplastia para enriquecer con el arte mediumnico  las paredes y los pisos de su casa terrenal en Belmez.


Comentarios

  1. Increíble relato en el mundo hay muchos misterios por descubrír

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