La segunda reencarnación de Cuauhtémoc.
Desde el 28 de febrero de 1525 el día en que Hernán Cortés, después de un juicio sumario de pocos minutos dictaminó con las prisas de su soberbia que el último de los tlatoani; el joven y valiente Cuauhtémoc debía morir ahorcado, colgado de una ceiba como castigo a una conspiración palaciega que el conquistador español veía venir de manos de los últimos vestigios de un reinado decadente que agonizaba en los palacios de la hermosa texnochiclam; pasaron más de cuatrocientos años de silencio sepulcral sin saber nada del último tlatoani; hasta que en la década de los psicodélicos años setenta, la magnanimidad del gran emperador apareció con vida en el cuerpo prestado de Bárbara Guerrero. (Más conocida como Pachita.). Quién servía de receptáculo para traer de nuevo al gran guerrero emancipado que esta vez se mostraba ante el mundo con un lenguaje tierno y amoroso; despresando ante todos, usando solo un cuchillo de monte a los miles de peregrinos desahuciados que llegaban de todo el mundo para ser operados en pocos minutos de cánceres sin remedios, de tumores cerebrales terminales que eran extraídos en público con una sierra de carpintero; órganos que eran reemplazados con materializaciones instantáneas que aparecían de la nada sin causar espavientos a los observadores que veían aparecer de las manos prestadas de Pachita los nuevos corazones palpitantes que parecían tener vida propia, para luego ser introducidos en las operaciones de pecho abierto que más bien parecían artes de carniceros que procedimientos sanatorios; se observaban trepanaciones caseras con cráneos abiertos que esperaban los nuevos tejidos cerebrales que eran introducidos con las prisas que tienen los que fabrican embutidos y longanizas, de esa manera las cabezas de los agonizantes recibían los nuevos tejidos pensantes; los nuevos ojos que le traían luz a los ciegos, los nuevos tímpanos que eran injertados con técnicas de cerrajero gracias al cuchillo de monte que hacían escuchar a los sordos quienes salían sorprendidos con los virginales sonidos del emperador quién les daba la bienvenida al nuevo mundo de los parlantes. Las trepanaciones se cerraban sin dejar rastros ni cicatrices de los burdos cortes de sierra artesanal, no quedaban rastros de moretones cuando las manos milagrosas recurrían a los martillazos imprecisos del cirujano de los desahuciados cuando recurría a las maniobras de albañiles cuando tenía que remover rotulas dislocadas y fémures descalcificados. Así era el mundo del nuevo emperador que adueñado del cuerpo de la vieja mujer se expresaba con términos amorosos conservando la magnanimidad de su presencia, la virilidad de su voz y masculinidad de un hombre adueñado del cuerpo de una mujer.
Jacobo Glimberg, el psiconeurologo, que por esos tiempos estudiaba la naturaleza enigmática de las extrañas curaciones que se llevaban a cabo en la casa de la humilde mujer, decía que la presencia del último tlatoani desplazaba la conciencia de Pachita al limbo sideral en dónde su existencia se perdía en las oscuras empalizadas de la inconsciencia, perdiendo temporalmente la certeza de su existencia; para regresar de nuevo al final del día, en medio de contorsiones y pataleos de resucitado para recuperar la soberana propiedad de su viejo cuerpo, en medio de las miradas absortas de los pacientes revividos; de los ayudantes que le daban la bienvenida a la vieja curandera cuando les hablaba con el timbre sonoro de su voz y los ademanes muy propios de su naturaleza femenina.
Glimberg parte del cuerpo de ayudantes y quién a través de sus emanaciones energéticas era el responsable de producir las rápidas cicatrizaciones; muchas veces introdujo sus manos en las profundas incisiones de los enfermos logrando extraer órganos putrefactos y dañados e introducir otros que aparecían de la nada en reemplazo de los inservibles.
Glimberg afirma que el cerebro humano es capaz de crear un campo neuronal que interactúa con el espacio dando lugar a una expansión de la conciencia que produce todo lo anterior descrito; propone que existe un continuo espacio de energía y que el humano común sólo puede percibir una parte de este. El resultado de este proceso es lo que todo el mundo entiende como “realidad”. Esta teoría intenta responder a la pregunta de la creación de la experiencia que es inefable para el observador desprevenido.
En la historia de la humanidad, jamás se habían narrado sucesos como los anteriormente descritos, en los evangelios el Cristo realiza curaciones milagrosas con solo tocar su manto, o las curaciones que le devolvían la vista a los ciegos usando su saliva y tierra, pero la materialización de órganos y trepanaciones caseras están por fuera de las narraciones bíblicas, ni siquiera Apolonio de Tiana pudo realizar hazañas parecidas; todo da a entender que la segunda venida de Cuauhtémoc sobrepasa el aura divina de cualquier otro iluminado conocido, el rey azteca en su segunda venida no vino con el propósito de crear religión alguna, sino que su misión terrenal se limitó a sanar a los enfermos que acudían a la vieja casa en Ciudad de México en dónde tenia la fortuna de recibir su envase material, la humilde Pachita que prestaba su cuerpo para recibir al último emperador Azteca.
Todo indica que la individuación se conserva a pesar de la muerte, el cerebro solo es una antena que se conecta con la conciencia que reposa en un lugar sin espacio y en un instante sin tiempo; al morir, la conciencia permanece conservando los atributos que caracterizan la única individuación que no reside en el componente material, sino que al igual que la teoría platónica de las ideas su esencia reside en un espacio en dónde convergen las ideas y las esencias individuales a la espera de materializarse como lo hizo el último tlatoani. Somos una copia imperfecta de lo perfecto, estamos atrapados en la trampa del cerebro que nos muestra una realidad inefable, aún estamos atrapados en la sombra de la caverna.
Sorprendente relato, de muy profundo contenido cognoscitivo
ResponderBorrarBuen relato , hago la corrección del apellido de Jacobo, es Grinberg. Saludos.
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