De los ovnis y las visiones celestiales de Ezequiel.
Con asombro miramos las estrellas y el sentimiento de pasmosa inferioridad se acrecienta en la medida que exploramos su enigmática naturaleza.
Asociamos a los cielos con lo divino.
Cuando estamos atrapados en las sin salidas de nuestra vida terrenal inevitablemente imploramos al cielo en busca de salvación y sosiego.
En la tierra en la que nacemos y vivimos solo es un lugar de padecimientos, los divino y perfecto esta en otro sitio; no en este; como lo están en otro mundo las ideas perfectas de Platón.
Jesús ascendió a los cielos en busca de un mejor lugar para vivir su eternidad; este no es un buen lugar para los hombres santos; el Buda encontró la iluminación después de renunciar a lo terrenal, el nirvana es un estado espiritual que se encuentra renunciando a las trampas materiales de este mundo, aunque vivas entre nosotros la iluminación se alcanza en estados espirituales muy diferentes a este entramado de inmundicias terrenales .
Los ovnis y las vertiginosas naves que atormentan a los pilotos y asombran a los furtivos observadores, también vienen de las profundidades del cielo diurno y nocturno y una vez admirados se esfuman para aparecer de nuevo en el lugar de los cielos menos esperado; son objetos de naturaleza celestial, que hacen malabares supersónicos entre la maraña gaseosa de las nubes celestes.
Todos estamos preparados para un encuentro con criaturas extraterrestres; solo que esta vez no los veremos con el asombro angelical conque los vio el profeta Ezequiel, si no que los esperamos despojados de la bíblica aura divina con que el profeta los observó; está vez los veremos cómo iguales, porque nosotros también viajamos en naves espaciales; la naturaleza divina de los extraterrestres se diluyó el mismo día en que caminamos flotantes sobre la superficie de la luna, por eso ya no le hacemos fastuosas pistas de aterrizaje como en Nazca y dejamos de dibujarlos como dioses vestidos con sus trajes espaciales en las frías cavernas del hombre primitivo.
Los modernos telescopios que esculcan los cielos con sus ojos de cristal, son los nuevos profetas en busca de carros de fuego y seres de otros mundos para que nos acompañen en nuestra soledad cósmica, si están en algún sitio deben venir de los cielos.
Lo divino siempre viene de los cielos, por eso al partir abrigamos retornar a ellos cuando despojados de nuestras miserias terrenales seamos liberados para retornar a nuestra primaria naturaleza celestial.
Si algún día hacemos contacto con seres de otros mundos, tal vez sea el encuentro de dos extraviados que exploran los cielos en busca de respuestas a sus tristes vidas de implantados.
Construimos altísimas torres de Babel, edificamos imponentes pirámides y altísimas catedrales cuyo único propósito es estar más cerca de los cielos; cuando subimos a lo más alto de las montañas inevitablemente nos invade la extraña sensación de superioridad, la misma que sienten los astronautas cuando se asoman por las ventanas de sus naves exploradoras; esa sensación de santísima grandeza e inusitada superioridad debe estar condensada en la naturaleza divina de los Dioses que nos observan impávidos desde sus tronos cósmicos.
Los astrólogos pueden interpretar el destino de los hombres en el mismo instante de nuestro nacimiento; según la posición de los planetas y la alineación de las constelaciones está definido con tinta indeleble el ya definido camino que nos toca recorrer en la vida, nuestro destino está escrito en los cielos con letras luminosas y símbolos destellantes.
Cuando estamos locamente enamorados y la dicha nos invade alzamos las manos al cielo, porque estamos convencidos que la felicidad y el amor no son de este mundo.
Entre lo real y lo divino
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