Rasputin, el monje maldito.
Fue a sus diez años, en medio del blanquecino y gélido desierto siberiano, cuando advirtió por vez primera el extraño influjo que emergía de su interior, recorría toda su piel hasta detenerse en sus manos y restaurar los órganos dañados de los animales, usaba su voluntad para direccionar sus fuerzas sanadoras y amainar el dolor de las aves agonizantes que caían de los árboles heridas y atolondradas por causa de los disparos de cazadores furtivos que buscaban con desespero sobrevivir en los gélidos inviernos polares.
Mas tarde se dio cuenta que el extraño prodigio no solo servía para curar a los animales, sino que también podía levantar de sus camas a los enfermos, curar los cólicos en las hernias de los aserradores, aliviar los sofocos de las menopáusicas, detener el vómito en los recién nacidos y cicatrizar las llagas perpetuas de los diabéticos.
Fue en 1897 cuando Gregori Rasputín, de la mano del asceta, el padre Makari, quien le advirtió que aquel poderoso influjo emanaba del mismísimo Dios, y que su suerte estaría marcada para siempre por la acción restauradora de sus manos milagrosas y por las visiones que lo perseguían; podía ver el inevitable devenir de los hombres. Tenía delirios febriles en donde se le aparecían las imágenes y las voces de sucesos que más tarde se consumarían con inusitada precisión; en el mundo alucinante de Rasputín el futuro ya sucedió.
Era un campesino analfabeto, de apariencia tosca y descuidada, sus enigmáticos ojos de ave nocturna tenían la extraña propiedad de sumergir a quien los veía en un siniestro baño de sumisión y dependencia; era lascivo y libidinoso, en los prostíbulos de San Petersburgo lo veían tener sexo en público con varias prostitutas la misma noche, muy pronto su fama de fornicador se extendió por todos los lugubres callejones de la fría capital imperial. Al mismo tiempo realizaba curaciones milagrosas a enfermos sin esperanzas; lo vieron despojar de sus muletas a los tullidos, detenía con solo tocar el vientre de las mujeres el caudal sangrante del flujo vaginal, restauraba al desahuciado y alargaba la vida del moribundo.
El poder persigue a lo sobrenatural, siempre ha sido así desde tiempos faraónicos: muy pronto el gran fornicador, el tosco campesino de andar desgarbado, entró triunfante a los aposentos reales de la zarina y con solo tocar al unigénito heredero, detuvo la hemorragia del hemofílico príncipe que se batía sin esperanzas en un nuevo intento por sobrevivir de la maldición que corría por su venas y que lo condenaban a depender de las manos milagrosas del gran impúdico, que hacia su aparición triunfante al conservar la vida del pequeño, dando así, comienzo a la más nombrada historia de dependencia del poder sobre lo sobrenatural.
Rasputín tenía el prodigio de visualizar en devenir, veía en sus delirios la tragedia que le esperaba al pueblo ruso por causa de la inevitable primera guerra mundial, le advirtió a la Zarina Alexandra su fin y el de los Romanov la familia imperial dueña de casi medio mundo.
La causa inmediata del estallido de la guerra fue el asesinato (junio 1914) en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara. El gobierno austrohúngaro declaró la guerra a Serbia, la cual fue apoyada por Rusia. Ese mismo día Rasputín sufrió varias puñaladas de mano de una mujer sin nariz, el monje sobrevivió y continúo siendo el poder detrás del poder en la decadente dinastía Romanov. Rasputín gobernaba y conducía al estado ruso en manos de un endeble Zar que sin firmeza y decisión estaba al frente de sus maltrechas tropas.
La nobleza imperial muy pronto se dio cuenta que un advenedizo con ropaje de fraile y vida licenciosa conducía al imperio más poderoso sobre la tierra al abismo de su destrucción, las conspiraciones y los conjurados no se hicieron esperar; el plan para eliminar a Rasputín estaba diagnosticado con la precisión química del médico cortesano quien precisó que para envenenar a un hombre del porte descomunal de Rasputín era necesario emplear cianuro suficiente para matar diez caballos, el veneno escondido debajo del dulce sabor de los melindres, los panecillos de centeno fueron cubiertos con polvillos de cianuro, los exquisitos pastelillos de Praga fueron impregnados de fatalidad, el vino mismo no perdió su fragancia cuando recibió la dosis precisa para matar a todo un regimiento sin perder el color del rubí y conservar la textura diáfana de los buenos vinos, la mesa estaba servida y solo hacía falta la presencia de Rasputín para consumar de una vez por todas la muerte del advenedizo, Rasputín acudió puntual a la invitación del noble Félix Yusúpov, el monje consumió con inusitada avidez los manjares ofrecidos, devoró con deleite infantil los postres impregnados de miel y veneno; se sació con el fino vino francés que el mismo Yusupov preparo con habilidades alquímicas para que Rasputín no notara el contenido mortal que se escondía tras la transparencia rojiza de su apariencia.
Después que Rasputín consumió en su totalidad la mortal cena, Yusupov noto que el monje permanecía impasible, que sus ojos a pesar del veneno conservaban el brillo rapaz que tienen las aves de la noche y que sus manos de aserrador conservaban la firmeza de un hombre que pedía más vino para saciar su sed; Yusupov no tuvo más remedio que desenfundar su revolver y descargarlo con más miedo que furia sobre Rasputín que cayó de bruces para tranquilidad del cortesano.
Por temor al Zar, los asesinos de Rasputín arrojaron el cuerpo del monje a las heladas aguas del rio, dos días después encontraron su cuerpo; los médicos notaron en su cara la expresión desesperada de un hombre que cayó vivo al rio, sus brazos congelados conservaban el intento desesperado de un vivo cuando intenta nadar y salir con vida de su infortunio.
Lo cierto es que detrás de la figura tosca, del cabello despeinado, de la barba descuidada, la naturaleza había construido a un hombre sorprendente, que tenía la facultad de restaurar tejidos y traer alivio al que sufre, existen extraños impulsos y desconocidas voluntades que traen alivio al que sufre y esperanzas al desahuciado.
No sólo el Cristo tenía la facultad de curar al enfermo, lo hacía Apolonio de Tiana, El Conde de Saint Germain, Franz Mesmer, João de Deus y muchos más que han vivido y continuaran viviendo entre nosotros con el único propósito de recordarnos que el empirismo científico siempre ha estado en decadencia; que la santidad no es solo el fiel cumplimiento de los dogmas sagrados, sino que la naturaleza humana va más allá de la simple apariencia física, que el bien y el mal son solo extremos de una misma cosa, somos seres en construcción o tal vez en decadencia, lo cierto es que de vez en cuando aparecen personajes deslumbrantes, enigmáticos y grandiosos que hacen dudar al aséptico, que afianzan al creyente, y que distorsionan el rígido orden material del universo.
(RASPUTIN EL MONJE SAGRADO) no lo conosco como monje maldito...saludos.
ResponderBorrar