Uri Geller, la mente que dobla cucharas y repara al tiempo.

Desde ese día de 1975 cuando los españoles lo vieron en directo a través de sus televisores en blanco enero, Uri Geller; (Tel Aviv, 1946) no ha parado de doblar cucharas; quienes no creen en sus habilidades, afirman que es un vulgar mago de salón que embauca con destreza manual a los ingenuos que acuden a sus espectáculos de circo. Los cierto es Uri Geller fue sometido a las más rigurosas pruebas de laboratorios que comprobaron que su acción mental sobre el duro metal de las cucharas era producto de una extraña fuerza que los científicos llaman La telequinesis, es la habilidad psíquica que permite a una persona influir en un sistema físico sin interacción física.

El joven mentalista, también sorprendió al mundo con sus habilidades telepáticas, haciendo dibujos copiados directamente del pensamiento de sus espectadores que veían sorprendidos como les leían sus mentes cuando el joven clarividente exhibía en publico los dibujos que ellos previamente tenían guardados en las solapas de sus sacos en un acto claro de telepatía.  Muy pronto  Uri Geller se convirtió en la estrella de los escenarios de los novedosos años setenta;  se igualó en importancia a personajes como el pintor surrealista Salvador Dalí, el hombre que en sus pinturas retorcía el tiempo con sus relojes deformados y sus manecillas inservibles;  el padre del surrealismo no tuvo más remedio que  quedar  pasmado,  cuando el joven judío jugaba entre sus manos  con el tiempo; descomponía relojes a voluntad;  para luego,  en un  acto de acrobacia mental ponerlos a andar de nuevo en frente del gran creador de los  cuadros oníricos;  Dalí se postró a sus pies en un solemne acto de admiración.

Con la admiración del mundo y la venia de la ciencia, Uri Geller probó en publico que el tejido cerebral es más que un entramado de dendritas y axones y que su finalidad no es solo crear pensamiento escrutador, sino que en condiciones especiales es capaz de crear campos magnéticos o fuerzas desconocidas capaces de influir en materiales metálicos y captar los pensamientos e intenciones de otras personas  situadas a  muchos kilómetros de distancia, comprobando que el pensamiento puede superar la inquebrantable premisa de  Einstein;  “nada puede viajar más rápido que la luz”.

Nuestro limitado caudal sensorial sólo nos permite apreciar una reducida y deformada imagen del inefable universo; no vemos los campos gravitacionales emanados del gigante planeta Saturno, pero si sus hermosos anillos construidos con los efectos de sus campos energéticos, que mantienen prisioneros a los gélidos cristales atrapados en la tiranía de su órbita. Los espectadores solo podían apreciar el negro profundo de la mirada de Uri Geller y no la extraña fuerza que brotaba de su voluntad, doblando sin calentar las cucharas que los presentadores de televisión ponían en sus manos. Nos demostró que no solo, la mente humana sirve para pensar y crear conciencia, sino que sus propósitos van más allá, tratando de igualarse con la inteligencia suprema, la presencia divina que ordena y maneja todo lo creado.

Uri Geller no se cansaba de sorprendernos, las más importantes empresas de explotación minera lo contratan para que sus ojos escrutadores y fantásticos, localicen desde la comodidad de una silla de avión los yacimientos petroleros que desde el jurásico permanecían ocultos, a la espera que la mente del gran visionario los pudiera encontrar con los ojos siempre abiertos del alma, señalaba con precisión el lugar y la profundidad del lugar en donde había petróleo, plata y oro; más tarde los equipos de explotación confirmaban que Uri Geller jamás se equivocaba en sus predicciones.  Gran parte de su fortuna depende de la actividad exploradora y no de sus presentaciones circenses con cucharas dobladas.

En los cuentos proscritos su personaje principal “El agorero de Clemencia” tiene la facultad de explorar las mentes de sus consultantes, tal como lo hace Geller; con los ojos siempre abiertos del alma,  puede escrutar los recónditos pasadizos por donde transita el resignando e invariable destino de sus consultantes, puede leer sus mentes y pensamientos por medio de un caudal de información que desborda la reducida capacidad cerebral del pensante, sino que su naturaleza le permite tener acceso a la fuente divina en donde se guarda todo lo vivido y todo lo que está por suceder.

Somos criaturas de un universo desconocido e indescifrable, nuestra soberbia e ignorancia nos hace pensar que todo lo podemos interpretar y conocer; somos criaturas imperfectas con una idea imperfecta de lo perfecto.

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