Desde el Oráculo de Delfos; hasta las predicciones de Moctezuma, la clarividencia a conducido nuestros pasos.

Somos seres imperfectos con una visión imperfecta de lo perfecto, solo que nuestra soberbia nos sitúa en un pedestal rodeado de brumas engañosas a las que creemos interpretar; erróneamente creemos que la información sensorial es suficiente para descifrar el inefable entorno en el cual estamos sometidos, el empirismo científico nos hace fatuos y ciegos a pesar de acontecimientos que se muestran irrefutables; uno de ellos, la adivinación o clarividencia.

 Los antiguos que han demostrado ser más sabios que nosotros, dependían en lo absoluto de su existencia.  En griego, un adivino se llama mantis y la adivinación mantiké. Esa palabra se aplica con mayor precisión a la adivinación intuitiva, inspirada, pues parece pertenecer a la misma familia que manía (locura o éxtasis) y Mainás (la Ménade). Aunque no el único, el oráculo de Delfos era sin duda el mas concurrido, en donde acudían  delegaciones de otras ciudades y ciudadanos acompañados de sus hijos para conocer que les deparaba el incierto futuro;  situado a los pies del monte  Parnaso conocido como el ombligo del mundo,  pues allí se había cruzado el vuelo de dos águilas liberadas por Zeus en las antípodas de la tierra, había sido fundado por el mismísimo Apolo quien había matado a la serpiente Pitón quien custodiaba el sagrado lugar para hacerse con su sabiduría.

Toda la tragedia griega esta plagada de sucesos futuros a los cuales era imposible evadir; los designios de los dioses estaban descritos con precisión en las frases premonitorias de la pitia, la médium que vaticinaba el devenir de todos aquellos personajes que sucumbían a los desenlaces ineludibles de sus destinos.

Los pueblos semitas repudiaban la adivinación por considerarla contraria a sus creencias, sin embargo, soterradamente acudían a ella como lo hizo Saul, cuando acudió a los servicios de una médium en Endor, para conocer lo que le deparaba su destino de guerrero, interpretaban los sueños de los faraones para descifrar en ellos los designios ineludibles del futuro como lo hicieron Daniel y José. El Cristo el gran vidente galileo no ocultaba el divino privilegio que tienen los iluminados de avizorar los acontecimientos que están designados inevitablemente por ocurrir; como lo hizo con su fiel Pedro a quien le vaticinó su negación desleal, tres veces antes que el gallo cantara, o como lo hizo con la Samaritana cuando descifro su truculenta vida de mujer libertina sin jamás haberla visto antes.

Michel de Nôtre-Dame el judío converso que deslumbró a Catalina de Médici con la predicción del triste desenlace de su suerte, algunos dicen que su libro de las Centurias no son más que los tristes designios del determinismo histórico y los acontecimientos inevitables de nuestra historia universal.

Moctezuma reconoció en los rostros de los hombres de Hernán Cortez a los hombres pálidos y barbados que destruirían su imperio y causarían su muerte, de ahí que su reacción frente a los vaticinios de sus oráculos fue pasiva y resignada ante lo inevitable.

Todo indica que el futuro ya sucedió; que los entramados del destino ya están previamente tejidos en una maraña de acontecimientos que son imposibles en desatar; como le aconteció a Edipo y a Electra, como le pasó a Moctezuma con los hombres barbados, a Enrique II en aquella batalla de esparcimiento, en donde sufrió el fatídico acontecimiento, que desde antes Michael de Nostradamus había vaticinado.  

Al parecer el tiempo se comporta de una manera muy diferente a como lo percibimos, algunos recurren a los hitos geométricos de los astros para interpretar el tiempo en los giros circulares de la tierra, por eso celebran cumpleaños y efemérides, y fraccionan el tiempo en días y noches, en horas y años,  una primitiva costumbre que tiene mucho que ver con nuestra fisiología y no con la naturaleza inefable del verdadero tiempo.

En los cuentos proscritos, el agorero de Clemencia tiene la facultad milenaria de interpretar con exactitud los acontecimientos futuros de sus seguidores; puede vislumbrar el complejo armazón de causas que se reflejarán en efectos inevitables, que por mucho que se traten de evitar, al final saldrán siempre vencedores en la extraña trama del libro que ya está escrito desde tiempos inmemoriales por la divina pluma de la inteligencia suprema.

En los cuentos proscritos el futuro ya sucedió; solo hay que aceptarlo con resignada aceptación porque somos los personajes oníricos de un soñador universal que aún no ha despertado.

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