Los estigmas del padre Pio
Se llama bilocación; es la propiedad de estar físicamente en dos lugares a la vez, eso lo hacía Pío de Pietrelcina cuando quería presentarse ante sus seguidores desdoblando su presencia física. (Esto algún día lo explicará la incipiente física de partículas y su acción fantasmal).
Y no sólo el padre Pío, podía duplicar su presencia física, sino que padeció por cincuenta años los estigmas sangrantes del Cristo, sus heridas en manos y pies exhalaban un fino olor a rosas que sus seguidores definían como el aroma sagrado de la santidad; al igual que el Cristo era un clarividente que podía esculcar dentro del alma de sus consultantes y ver con los ojos luminosos de su esencia el destino de sus fieles, uno de ellos fue, el joven novicio Karol Wojtyla, quien, en el sacramento de la confesión, escuchó de boca del iluminado, la sentencia inmodificable de su suerte; - “a su tiempo serás el Papa de la iglesia de Dios”; - muchos años después sentado en el solio de San Pedro, Juan pablo II, reconocería que el vaticinio del estigmatizado, no era más que una sentencia de su inmodificable destino.
El Padre Pio aseguraba en sus cartas que era martirizado por el mismo demonio; en una de sus epístolas, expresa. - “Él, ha venido a mí, casi asumiendo todas las formas, me visita junto a otros espíritus infernales armados con bastones y piedras, y lo que es peor es que ellos me arrastran por toda la habitación”-.
Los herederos de Tomas de Torquemada, al mando del mismo Papa Juan XXIII, encabezaron una cruzada purificadora en contra del sangrante santo con olor a rosas, determinaron en sus juicios inquisidores que el Padre Pio, era un instrumento del maligno y que sus estigmas y el olor a rosas de sus heridas, no eran más que un burdo artilugio de circo para conmover a los crédulos; como no existían hogueras públicas que encender, confinaron al santo, a que permaneciera recluido en su claustro con la orden papal de no oficiar la liturgia y no recibir visitas.
Sus fieles habían perdido la capacidad de asombro cuando lo veían levantarse de la tierra en un acto de levitación muy parecidos a los vuelos temporales de San José de Cupertino; les parecía familiar verlo suspendido en el aire con un aura de solemnidad en el momento más sagrado de la liturgia.
El padre Pio cubría los estigmas de sus manos con vendas que algunas veces lucían empapadas con su sangre; las heridas de los pies no le impedían caminar, nadie se explicaba, como un hombre podía soportar con abnegada resignación su suerte de crucificado en vida, en una época sin antibióticos sus heridas abiertas no adquirían la apariencia apestosa muy común de las llagas, si no que conservaban la frescura de la carne humana recién cortada, con la diferencia que sus tejidos y tendones expuestos tenían el tierno olor de las rosas frescas cuando abren sus pétalos por vez primera.
A la hora de su muerte sus heridas sanaron sin dejar el menor rastro de su presencia, solo el olor a rosas perdura sobre su cuerpo imperecedero, que se exhibe en la Iglesia de Santa María delle Grazie en San Giovanni Rotondo (Italia). A ese sitio llegan miles de fieles a contemplar el cuerpo inmarcesible del clérigo que reposa con aptitud serena en un ataúd de cristal que aún deja escapar la fina fragancia que tienen las rosas cuando llega la primavera en San Giovanni Rotondo.
En los Cuentos proscritos, el Agorero de Clemencia, al igual que el Padre Pio, puede ver con los ojos luminosos del alma el pasado, presente y futuro de sus consultantes, reafirmando el santificado determinismo que controla el universo.
El agorero de Clemencia, al igual que el Padre Pio, tuvo que padecer la ceguera fundamentalista de los radicales religiosos que de un solo zarpazo se han apoderado de la inefable idea divina, al creerse los dueños genuinos de Dios..
Para mayor ampliación del tema te invito a leer los Cuentos Proscritos en la siguiente página:
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