He visto a zombies deambular por el mercado
Al caer la noche salen de sus escondrijos y madrigueras en busca de algo para comer, se levantan como sombras, con movimientos lentos de resucitados; mueven con dificultad sus cuerpos famélicos, que dejan ver la maraña de nervios y tendones que sobresalen de sus articulaciones, dándoles a sus cuerpos una apariencia fantasmal; emergen de la noche con sus cabelleras despeinadas, porque las uñas y el pelo es lo único en nosotros que puede vencer a la misma muerte.
Son los muertos vivos que han sucumbido a la felicidad artificial de las drogas, los habitantes de los mercados públicos del caribe que se disputan con las ratas y los perros los restos de comida que abundan en los basureros; son los hombres y mujeres que están más muertos que vivos, en la última etapa de autodestrucción que viene con las drogas.
Con la piel ennegrecida por una costra perenne que con el tiempo se les fijó en su piel, adquiriendo vida propia, con nervaduras y pelos que con el tiempo suplantó a la verdadera piel del zombi, que se mueve solitario por los callejones oscuros y sombríos que abundan en los recovecos laberinticos de los mercados públicos.
Muchas veces los escucho hablar con ellos mismos, único interlocutor que le presta atención a su tragedia, y que puede tal vez, enternecerlos con una cálida frase de consuelo en aquel monologo de delirio y alucinaciones.
Sus dientes, con el tiempo van adquiriendo el color pétreo que tiene el *Bazuco, luego se hacen más delgados, y más tarde desaparecen para siempre, dejando una encía desolada en donde nunca más habrá una sonrisa; sus escasas ropas, que solo les alcanzan para cubrir sus vergüenzas, adquieren los mismos tonos ennegrecidos de su piel, provocando que todos, al final adquieran la misma apariencia de desolación, impidiendo distinguirlos el uno del otro. Deambulan sin zapatos, porque ya no los necesitan, sus pies han adquirido una zuela natural construida con un tejido de apariencia calcárea que los hace silenciosos en la penumbra y hábiles para caminar en el barro resbaladizo que se acumula junto a las ventas de pescado y que les permite chapalear sin martirios por entre los restos de plátanos podridos y sacos con basura dispersa que se amontonan en las aceras de los mercados, los dedos de los pies se han convertido en entidades autónomas que les permiten anclarse en los grandes basureros en donde sus ojos nocturnos distinguen con facilidad lo que hay que reciclar y lo que puede servir para comer.
Los músculos de la cara han perdido la maleabilidad que dan los sentimientos y su rigidez inexpresiva solo deja ver la cara de un ser desesperado que solo encuentra consuelo en la paz pasajera que le dan las más poderosas y dañinas sustancias que te matan dejándote vivo.
Son cuerpos sin alma, porque el alma de los hombres en un acto de dignidad propia, desde hace mucho claudicó y termino capitulando frente al acto mas degradante a la que un hombre pueda llegar; sucumbir ante la tiranía perpetua de las drogas. Son seres invisibles que nosotros poco vemos y si los vemos dormidos en los andenes poco nos importan, porque ya nada queda por rescatar, solo los despojos de un muerto vivo que hasta el mismo Dios tubo que haber olvidado, porque ya ni alma tienen para salvar.
Son cerebros sin recuerdos que ya olvidaron el momento fatal en que experimentaron por primera vez, quizás de niños el influjo destellante y delirante de su primer cigarrillo de mariguana, el adormecedor y relajante barbitúrico de esquina, su primera exhalación blanquecina de cocaína; que poco a poco los fue deformando hasta convertirlos en una nueva especie biológica de hombres involucionados que regresaron a los más primitivos estados biológicos, en donde han desaparecido los mininos principios que la vida tiene; querernos, reproducirnos y perpetuarnos.
*- Raspadura de los residuos que dejan las calderas en donde se cocina la cocaína. ...
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