Rasputin, el monje maldito.
Fue a sus diez años, en medio del blanquecino y gélido desierto siberiano, cuando advirtió por vez primera el extraño influjo que emergía de su interior, recorría toda su piel hasta detenerse en sus manos y restaurar los órganos dañados de los animales, usaba su voluntad para direccionar sus fuerzas sanadoras y amainar el dolor de las aves agonizantes que caían de los árboles heridas y atolondradas por causa de los disparos de cazadores furtivos que buscaban con desespero sobrevivir en los gélidos inviernos polares. Mas tarde se dio cuenta que el extraño prodigio no solo servía para curar a los animales, sino que también podía levantar de sus camas a los enfermos, curar los cólicos en las hernias de los aserradores, aliviar los sofocos de las menopáusicas, detener el vómito en los recién nacidos y cicatrizar las llagas perpetuas de los diabéticos. Fue en 1897 cuando Gregori Rasputín, de la mano del asceta, el padre Makari, quien le advirtió que aquel poderoso influjo emanaba