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La muerte de Luis Alfonso León Pereira.

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  Tres días antes de su asesinato, la muerte se le había anunciado en plena eucaristía ataviada con andrajos y  descalza; gritando para que todos los feligreses escucharan su proclama maniquea; ‘Yo soy Dios y tú eres el demonio”.   Eran las palabras de Deiby José Banqueth Julio, un malviviente que había llegado hacia cuarenta días a Montería siguiendo los entroncados caminos del destino que ya habían determinado que el amado sacerdote debía morir por sus manos en los pasillos de la casa cural de la parroquia de Santa maría madre. Había entrado a la iglesia en plena eucaristía, poseído por los vapores alucinantes de las drogas más baratas que solo consumían quienes se encontraban en la última etapa de autodestrucción; con aptitud de profeta señaló al sacerdote,  quién impávido escuchaba las sentencias del intruso quien desde el pasillo central lo miraba con aires de inquisidor y se proclamaba a sí mismo como el dios supremo. Muy pronto una patrulla de policías lo  retiró sin violencia; 

Porque los dioses claman por sangre.?

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Los más hermosos infantes eran escogidos entre muchos para ser  conducidos a lo más alto de las montañas Peruanas para ser sacrificados, y sus tiernos cuerpos momificados para ser ofrecidos  al gran Dios Viracocha. Todo indica que el sacrificio se hacía con el beneplácito de los orgullosos padres que donaban a sus críos en un  gesto de apaciguamiento divino para congraciarse con el Dios de los incas, eran los capac cocha, las grandiosas fiestas de tres meses en dónde los incas comulgaban con su Dios. No muy lejos de ahí, los aztecas llegaban a sacrificar a más de veinte mil personas en un acto solemne de apaciguamiento a sus dioses Huitzilopochtli (dios de la guerra), Quetzalcóatl (la serpiente emplumada, un héroe cultural, descubridor del maíz), Tlaloc (dios de la lluvia) y Coatlicue (diosa tierra, madre de Huitzilopochtli); ríos de sangre eran vertidos desde lo más alto del Macuilcalli; monumento sagrado por donde corría cuesta abajo la sangre de los sacrificados. Los griegos y roman